
El álbum ilustrado es un proyecto complejo que hay que considerar a 360°. Una de las cosas que más me fascina de este género es sin duda la relación entre texto e imagen, que en cada obra adquiere una forma diferente según las intenciones del autor. Como en un puzle, los diversos elementos del álbum, formales – textuales e iconográficos – encajan para crear el significado, y solo un lector atento podrá descifrar ese mismo puzle.
Si en mi precedente artículo he mencionado dos elementos narrativos explícitos, palabra e imagen, hoy quiero reflexionar sobre dos dimensiones de lectura del álbum, el espacio y el tiempo, que podemos encuadrar bajo diferentes niveles. El más inmediato es claramente el narrativo: una historia se desarrolla en un lugar más o menos especifico, con una duración que podemos intuir, puede ser de un día, unas horas, algunos años, etc…
Pero espacio y tiempo adquieren también un significado más particular, que se define por su forma de relacionarse con el lector y de invitarle a participar a la historia. El formato del libro contribuye largamente a la construcción de este significado, por ejemplo, no es lo mismo leer un texto pasando página tras página o desarrollando un pergamino.
Aunque la narración tenga un andamiento linear, podemos considerar el tiempo del álbum como circular, porque nos invita a la relectura. El lenguaje iconográfico y textual pueden dar juego a interpretaciones diferentes: doblemente estimulado por estos dos canales, el lector necesita de una segunda mirada para prestar más atención a los detalles y entender los diversos matices de la narración.
Un libro que juega explicitamente con estos conceptos es El armario chino de Javier Sáez Castán: idealmente se puede leer al infinito, llegados a la última página le damos la vuelta y descubrimos un nuevo inicio.
De la importancia de la relectura hablé también una de mis precedentes estradas sobre el álbum mudo o silent book, porque en este caso, a falta de una base estructural fuerte como es la palabra, la necesidad de volver sobre las páginas es más sentida.
He mencionado antes la relación con el lector porque efectivamente él es quien detiene en sus manos el control sobre el tiempo del álbum, decidiendo cuando pasar de página, dilatándolo en más o menor medida, destacando cada pausa y momento de suspensión. Esto hace que la lectura del libro ilustrado se trasforme casi en un ritual.
Y así llegamos al ritmo: un elemento fundamental a tener en cuenta para conseguir el equilibrio estético-narrativo que hace que un álbum funcione. El espacio blanco es un buen recurso para expresar pausas y silencios, un elemento que acerca su estructura textual casi más al libro de poesía que al de narrativa, pero hay que saber calibrarlo con atención.
La secuencialidad es una característica esencial del álbum ilustrado, con un potencial expresivo tan amplio como para comprender formatos muy diferentes, desde la viñeta a la doble página.
La estructura secuencial nos da también una clave de lectura espacial, porque define los márgenes de la narración. Fuera de estos márgenes debemos hacer atención a los elementos paratextuales: por ejemplo, en La trilogía del límite de Suzy Lee, el pliegue central se transforma en expediente narrativo sorprendente.
Otro ejemplo clásico es Donde viven los monstruos de Maurice Sendak, en el que la ilustración sale del marco inicial para indicarnos que estamos entrando en la dimensión de la imaginación de Max, el protagonista. Ya no es necesario que el texto lo explique explicitamente.
En su la colección de Prelibros, Bruno Munari, genial como siempre, investigó directamente sobre las posibilidades comunicativas del paratexto, es decir, de todos esos elementos que caracterizan el libro como objeto. Cada volumen de esta serie se focaliza en un particular aspecto formal del libro, como el material, el color, el formato, la secuencialidad de las páginas, etc….Lo que interesaba a Munari era entender en qué medida estos elementos podían ser comprendidos por el público de los más pequeños, si también los niños que aún no saben leer pueden transformarse de algún modo en “lectores”.
Antes de ser material narrativo el libro es un contenedor de información sensorial capaz de comunicarse con quien lo tenga entre las manos, sus posibilidades expresivas no dependen entonces exclusivamente del texto o de la imagen.
Todos los elementos del libro son material a disposición del autor y conocer las claves de lectura del álbum, entender como este pueda funcionar en su complejidad, es el primer paso para aprender realmente a aprovechar todo su potencial.
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