Cuando se describe el arte del antiguo Egipto se dice lo siguiente: era muy simbólico y estilizado; sumamente conservador, debido a que cambió muy poco en más de 3000 años; gran parte del arte que ha sobrevivido proviene de tumbas y monumentos, por lo que el tema más tocado es la vida después de la muerte y preservar el conocimiento del pasado.
Los egipcios creían firmemente en la vida después de la muerte. Se hacían enterrar acompañados por una serie de fórmulas mágicas para viajar por el Más Allá. Estas fórmulas mágicas se encontraban en varios “libros” que las detallaban. Según la época, fueron los “Libros de las Pirámides” debido a que estas fórmulas se escribieron en las paredes inicialmente, luego los “Libros de los Sarcófagos” y finalmente el “Libro de los Muertos”. Sin ellas, la persona fallecida podía sufrir una segunda muerte que significaría su aniquilación definitiva.
Creían que la persona que moría debía realizar un largo viaje subterráneo de oeste a este, como el Sol, Ra para ellos, en el cual se enfrentarían a terribles monstruos que impedirían su renacimiento. Luego llegarían a un laberínto con veintiún puertas, donde debía recitar fórmulas en cada una de las puertas y finalmente se encontraría frente a un tribunal formado por 42 jueces, presidido por Osiris donde en el cual se evalúa su vida: se hacía la “confesión negativa”, citando todas las malas acciones que no había cometido; y luego se pesaba su corazón, en una balanza comparándolo con la pluma de Maat que representaba la justicia, si el corazón y la pluma quedaban en equilibrio, el difunto se salvaba. Si el difunto no era considerado digno, era condenado a toda clase de castigos como hambre y sed perpetuas, ser torturados, entre otros. Si el difunto se salvaba iba a vivir al Campo de las Cañas o Juncos, donde debía “arar y segar, comer y beber, y realizar todas las cosas que se hacen en la tierra”. Es decir, tenía que trabajar.
Pero había trampa, podía contar con un ejército de sirvientes, es decir, los ushebtis. Los ushebtis eran pequeñas estatuas que que se convertían en criados. Los personajes más ricos se hacían enterrar con 365 ushebtis para tener un sirviente para cada día del año. Los ushebtis podían ser simples o muy sofisticados, lo importante era que tuviesen una inscripción mágica que los convertía en sirvientes en el Más Allá.
Al principio sólo el faraón disponía de estas fórmulas mágicas y por lo tanto derecho a una vida en el Más Allá, pero más tarde, aparecerían también en las tumbas de los nobles y finalmente en la tumba de algunos sirvientes.
Cada una de las pinturas, esculturas o escritos en una tumba tienen un significado especial y forman parte de un todo. La vida del más allá del difunto, un asunto de mucha importancia, debido a que si se equivocaba en algún paso, desaparecería definitivamente. Por tanto, los artesanos encargados de ello tenían al mismo tiempo un trabajo muy importante para la sociedad egipcia y de mucha responsabilidad. De esto se pueden desprender dos ideas: eran personas relevantes y por otro lado, no podían modificar mucho las fórmulas de sus obras debido a que los Dioses se podían molestar. Había que seguir un camino muy específico y muy claro, es decir, hay que ser convervador.
Como de un álbum ilustrado se tratase, no se pueden interpretar de forma aislada los escritos en jeroglíficos, las estatuillas y las pinturas o grabados, incluso la momia con sus vendajes, y los jarrones que deben portar los órganos extraídos del cuerpo momificado, deben ser interpretadas en su conjunto. Los mismos objetos cambian de significado dependiendo de las inscripciones que tengan asociadas. Todo el arte es sumamente funcional y al mismo tiempo muy espiritual y personal. E insisto debía ser exacto. El arte estaba regido por la religión que era dominada por el faraón y las castas sacerdotales. No era libre, sino que debía cumplir una misión religiosa en el caso de las tumbas y propagandística en el caso del arte monumental.
Curiosamente, el público del arte funerario son los mismos muertes y los Dioses en los que creen. Eso, como comentaba anteriormente, no le quita importancia, más bien se la da. El faraón y sus nobles se encargaban de contratar a los mejores artesanos para ayudarles a llegar a su vida en el más allá.
Además del “Libro de los Muertos”, utilizado en la época del imperio nuevo, existieron otros libros que aportaban fórmulas mágicas, el “Libro de los Sarcófagos”, o el “Libro de los Dos Caminos”, entre otros. Existían otros libros como el “Libro del Amduat” que nos habla del viaje nocturno del dios Re y su séquito a lo largo de las 12 horas que de la noche por la Duat, el reino del inframundo gobernado por Osiris. De este último libro existen dos versiones, la extendida o la reducida. La reducida sólo incluye textos, la extendida está acompañada de ilustraciones.
En esta imagen del Amduat en papiro, se puede distinguir claramente la calidad de los escribas que lo ilustraron y escribieron. La gracia y delicadeza de la línea es innegable. Aunque claramente esquemático, hace uso de la expresividad de la línea para dar forma a las figuras.
Las habilidades de los artistas en todos los casos es indudable. Eran profesiones respetadas y muy desarrolladas en todos los sentidos. Eran fundamentales.
Ver cualquiera de los libros religiosos de los egipcios da ganas de sacar pergamino y tinta y ponerse a trabajar. En el Museo Egipcio de Turín se puede disfrutar del “Libro de los Muertos”, es una maravilla.
Bibliografía:
- Wikipedia
- Revista National Geographic, “El libro de los Muertos”.
- Ildefonso Robledo Casanova, “Los egipcios y la eternidad. El viaje al más allá en los textos funerarios”.
- Margarita Novo, “Historia del arte egipcio”.
0 responses on "Cuando el ilustrador era fundamental"