“A mediados del siglo XIX, el rabino Naftali, fue llamado una vez a intentar una intervención con el hijo de un noble polaco.
Por alguna razón, el niño ha estado llorando sin parar. Se niega a ser consolado. Nadie está muy seguro de cuál es la fuente de su dolor. Han pasado los días y él simplemente sigue llorando. Todos los grandes médicos y curanderos llegan para intentar detener el llanto del niño.
Ninguno lo consigue.
Y cuando todo lo demás falla, a alguien se le ocurre la idea de convocar al rabino Naftali, el maestro es conocido por su sabiduría no convencional.
Entonces Reb Naftali va a ver al niño
.
El maestro entra en la casa, pasa junto a los padres y asistentes y se dirige directamente a la cámara del niño. Allí se sienta y observa durante un rato al niño que llora. De repente se levanta, se acerca el muchacho, y le susurra algo al oído. Al instante se hace el silencio. El niño ha dejado de llorar.
Con el tiempo, el niño crece y se convierte en una persona muy poderosa pero compasiva. A lo largo de los años, nadie sabe qué palabras mágicas o encantamientos había susurrado el maestro.
Naftali se niega a divulgar su secreto.
Al cabo de muchos años, cuando el hombre yace ahora en su lecho de muerte, llama a sus hijos para que les den sus bendiciones finales y, con sus últimas palabras, el secreto. “Lo que el santo maestro judío susurró en mi oído”, dice el poderoso hombre, “era simplemente esto: ‘No llores más de lo que duele’. ”
El victimismo es un desafío moderno que resulta difícil de evaluar y sobre todo, de señalar cómo no virtud. Necesitaríamos muchas historias como la del Rabino y también de un coraje inusual para abrir esta discusión en sociedades comprensivas que protegen al indefenso y tratan de sanar el trauma causado por injusticias. Pero el diablo está en los detalles.
Durante milenios educamos en la excelencia hacia ideales que venían representados en forma de héroes y heroínas. Las virtudes del héroe se fueron cambiando, pero nunca se dejo de representar al héroe como ejemplo de superación y de excelencia personal. Esto se ha invertido en estos últimos años otorgando a la víctima un mérito por el hecho de serlo.
En estos tiempos de cambios muy rápidos en el imaginario colectivo, la figura arquetípica del héroe o heroína se ha ido transformando en historias y a veces ha perdido su valioso significado
Todo héroe en un cuento ya nace como víctima debido a una herida profunda. Una herida provocada por un sistema injusto, por la pobreza, por la muerte o ausencia de los padres, por ser tratado mal por seres queridos, por una maldición o como contaba un viejo cuento de manera más elegante , porque un trozo de cristal roto de un espejo que ha dejado caer un demonio se ha incrustado en su corazón . El héroe recibe siempre malas cartas en el juego de la vida.
En Cenicienta, la heroína es sometida a la paliza física y a la humillación espiritual. Se ve obligada a realizar todas las tareas del hogar bajo la opresión de su madrastra. Representa la víctima real y simbólica de una niña que perdió a su madre y vive en la injusticia de su madrastra y hermanastras.
Pero en los cuentos de hadas no se señala a las víctimas o las injusticias, se dan por hecho como parte inevitable de la vida. Lo que sí se señala es el proceso de transformación para transcender del estado de víctima a una persona diferente y mejor a través de una redención.
El héroe es una víctima, pero el ser víctima no implica ser héroe . Muchos cuentos modernos excluyen la parte esencial de trascender de víctima a héroe y se concentran en resolver la aritmética del mal. Es decir, tratar de eliminar esa opresión para que deje de ser una víctima . El cambio de sistema de la opresión no resuelve el cambio interior que cada uno necesita y anhela.
Hay una transacción malvada que evita el proceso doloroso del cambio . Se pierde el potencial del héroe a cambio de la resolución del problema colectivo. Pero ambos están íntimamente relacionados , la búsqueda del Santo Grial es una búsqueda del bien común realizada de manera individual. Es necesario elegir el dragón voluntariamente y cada caballero deberá luchará con su dragón correspondiente para salvar a todo el pueblo.
En muchos cuentos modernos la transformación individual se traslada al agresor y no al agredido realizando un intercambio envenenado entre el héroe y el antihéroe. Es más conveniente en un cuento moderno que cambie la Madrastra a que lo haga Cenicienta. Esto resuelve un problema circunstancial y no provoca el cambio profundo en la persona destinada a ser un héroe. Las madrastras se seguirán manifestando y las Cenicientas no podrán evitarlo si no han aprendido a cambiarse a ellas mismas.
Los lobos existirán siempre porque hay un lobo dentro de cada uno de nosotros que necesita ser reconocido y amaestrado. Cómo hemos comentado en el curso, aunque haya una tendencia hacía la luz e identificarnos con el héroe, en el cuento de hadas somos todos los personajes a la vez.
Somos seres fragmentados, imperfectos, con altos y bajos, irregulares y cambiantes. El padre que tiene 3 hijos en los cuentos representa las 3 personalidades en una y somos cada uno de los tres hijos, a veces el perfecto y diligente hijo, otras el malo , muy pocas veces el héroe y en la mayoría de las veces el hijo tonto.
Que exista un opresor y un oprimido no es lo esencial en una historia. Cualquier aspecto de la vida sigue esa lógica si se mira a través de esta lente. Esto no quiere decir que las víctimas reales no existan, pero el héroe necesita “No llorar más de lo que duele” y afrontar un proceso de transformación.
Quizás eso nos hace sentir culpables como sociedad y en vez de ser valientes nuestra cobardía ha transformado muchos cuentos en códigos de conducta morales bastante predecibles, insulsos y superficiales. Pero son errores que podremos corregir si aprendemos a identificarlos.
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