Gilbert Keith Chesterton tiene un capítulo luminoso en su libro Ortodoxia sobre los cuentos de hadas llamado “ La ética en el país de los elfos”. Me he atrevido a resumirlo con un copia y pega para que se pueda apreciar el gran mensaje esperanzador que deja Chesterton en este libro sobre los cuentos. He intercalado también algunos pasajes de Tolkien para reforzar el mensaje.
Las Ilustraciones son de mi artista favorito David Hockney.
Espero que os guste…
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“Las cosas en las cuales más creía entonces, las cosas en las cuales más creo ahora, son los Cuentos de Hadas. Me parecen ser las cosas más razonables. No son fantasías; comparadas con ellos, otras cosas son las fantásticas.
El país de las hadas, no es más que la radiante patria del sentido común. No es la tierra la que juzga al cielo ,sino el cielo el que juzga a la tierra; y del mismo modo, por lo menos para mí, no era la tierra la que criticaba al país de los elfos, sino el país de los elfos el que criticaba a la tierra. (Chesterston)
Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas, y lleno todo él de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves. (Tolkien)
Maravilloso (y no falso) es el Reino de Fantasía, que nos proporcionan mejores ojos para ver nuestro mundo.
Los cuentos de hadas me inspiraron dos certezas: en primer lugar, que el mundo es un lugar absurdo y sorprendente, que podría haber sido diferente, pero que resulta bastante placentero tal como es; y, en segundo lugar, que, ante esa sorpresa y ese absurdo tan placenteros, más vale ser modesto y aceptar las extrañas limitaciones de tan extraña bondad.
Si me ocupara de ellos detalladamente podría mencionar muchos nobles y saludables principios que de ellos provienen. Allí está la caballeresca lección de «Juan el Gigante», según la cual se debe matar a los gigantes porque son gigantescos. Es un motín valiente contra la soberbia. Porque el rebelde es más antiguo que todos los reinos y el Jacobino tiene más tradición que el Jacobita.
Allí, está la gran lección de «La Bella y la Bestia», según la cual una cosa debe ser amada, antes de ser amable.
Allí está la terrible lección de «La Bella Durmiente», que nos dice cómo la criatura humana al nacer fue regalada con toda clase de bendiciones y no obstante, maldecida con la muerte; y cómo a veces la muerte, puede dulcificarse hasta ser un sueño. Pero no me ocupo de los estatutos aislados del país de los elfos, sino del espíritu de su ley en conjunto; su ley que aprendí antes de saber hablar y recordaré cuando no pueda escribir.
Me ocupo, de una cierta manera de mirar la vida, creada en mí por los cuentos de hadas, pero que desde entonces, fue humildemente confirmada por los hechos.
En el país de las hadas evitamos usar la palabra «ley»; pero en el país de la ciencia, le son particularmente afectos. De ahí que llamen «Ley de Grimm» a alguna conjetura interesante sobre cómo los pueblos olvidados pronunciaban el alfabeto. Pero la ley de Grimm es mucho menos interesante que los cuentos de hadas de Grimm. Los cuentos, por lo menos, son verdaderamente cuentos, mientras que la ley, no es una ley.
Una ley implica que conozcamos la naturaleza de su generalización y de su establecimiento, no que tengamos sólo una vaga idea de sus efectos.
Las únicas palabras que siempre me satisficieron para describir la Naturaleza, son las empleadas en los libros de cuentos de hadas, tales como «encanto», «hechizo», «encantamiento». Expresan la arbitrariedad del hecho y de su misterio. Un árbol da frutas porque es un árbol mágico. El agua cae de la montaña porque está embrujada.
El sol brilla porque está encantado.
Niego absolutamente que esto sea fantástico o aun místico.
Dejé a la niñera, guardiana de la tradición y la democracia; y no he encontrado otro tipo moderno tan radicalmente sano, tan sanamente conservador. Pero el asunto del comentario importante y central, está aquí: cuando por primera vez fui al mundo moderno, hallé que el mundo moderno, en dos puntos, se encontraba decididamente opuesto a mi niñera y a los cuentos infantiles. Tardé mucho tiempo para descubrir que el mundo moderno se equivocaba y mi niñera no. Lo realmente curioso era esto: que el pensamiento moderno contradecía esas creencias fundamentales de mi infancia, en sus doctrinas más esenciales. He explicado que los cuentos de hadas me infundieron dos convicciones: primera, que este mundo es un lugar terrible y sorprendente, que podía haber sido distinto y es muy agradable; segunda, que ante este salvajismo, y encanto, muy bien se puede ser modesto y someterse a las más extrañas limitaciones de tan extraña bondad. Pero encontré a todo el mundo moderno corriendo como una marejada contra mis dos ternuras, y el colapso del encontrón, creó dos sentimientos repentinos y espontáneos, que conservé desde entonces y han adquirido ya, solidez de convicciones
.
Primero encontré al mundo moderno hablando de fatalismo científico; decían que cada cosa es como hubo de haber sido siempre, por ser conformada sin error, desde el principio. La hoja del árbol es verde porque nunca pudo ser de otro color. El filósofo de los cuentos de hadas, se alegra de que la hoja sea verde, porque pudo haber sido colorada. Siente como si se hubiera vuelto verde un instante antes de mirarla. Está satisfecho de que la nieve sea blanca, en el sentido estrictamente razonable de que pudo haber sido negra. Cada color tiene en sí una cualidad inconfundible; cómo si fuera elegida.”
(Chesterston)
1 Chesterton, G. K. (n.d.). Ortodoxia (1908th ed.) [Book].
2 Tolkien J. R. R. Tolkien (n.d.). Sobre los cuentos de hadas (1947th ed.) [Book].
3 Ilustraciones de David Hockney
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