Los héroes rebeldes de Sendak, Ungerer y D’Allancé

La última vez hablé de cómo los niños pueden beneficiarse a través de la literatura a enfrentarse al lado más oscuro de la realidad. La infancia no debe ser idealizada, sino investigada en todos sus matices. También hay que considerar que al día de hoy con la sobreinformación a la que estamos expuestos, es difícil que un niño crezca sin ver violencia e injusticias a su alrededor. Los cuentos tradicionales infantiles tenían un fin cultural colectivo, educaban a la sociedad, y mientras se mantuvieron de forma oral no tenían el objetivo de ser entendidos por el público infantil. En ellos el elemento cruel tiene una gran importancia, a través de la narración ficticia se puede categorizar la realidad y prepararse mejor a ella, aprender a distinguir el bien del mal, lo moral de lo inmoral. El defecto de esta polarización es el de estancarse en una resolución en clave moralista y pedagógica del conflicto. Los niños caprichosos y “malos” siempre acababan castigados de alguna manera. ¿Pero, qué significa ser un niño malo?

Hasta la primera mitad del siglo XX la respuesta a esta pregunta es un estereotipo de lo que supuestamente un niño debería ser. Una imagen de la infancia que la sociedad de la época quería consolidar sin realmente interesarse por sus aspectos psicológicos más profundos y complejos.

Afortunadamente la pedagogía, así como la sociedad, ha cambiado mucho a lo largo del tiempo, y la narrativa infantil hoy en día debe responder a las preguntas de niñas y niños que necesitan desarrollarse en un contexto contemporáneo. Actualmente somos todos más conscientes de lo que es la psique, sabemos que crecer significa no solo tomar nuestras responsabilidades frente a la sociedad que nos acoge, sino también conocernos mejor.

Algunos autores para la infancia han investigado el lado más oscuro de lo que significa ser niño, yendo en contra de aquellos estereotipos que nos hacen simplificar la infancia dividiéndola entre niños malos y niños buenos.

Aquí quiero hablar de tres ejemplos en este sentido, que se han convertido en importantes referencias en la literatura juvenil.

 

Donde viven los monstruos

Este libro de Maurice Sendak, publicado por primera vez en 1963, se ha convertido en un clásico de la literatura infantil. Se puede considerar el manifiesto de una nueva forma de hacer libros para niños y sobre todo de una mirada revolucionaria hacia la infancia. Por primera vez el conflicto interior y la agresividad del pequeño protagonista no se resuelven de manera moralista. Max, pequeño héroe de Sendak, es un niño desobediente y travieso, vestido con disfraz de lobo, que llega a amenazar a la madre de devorarla. La respuesta de la mujer es inmediata: ¡a la cama sin cenar!9a2c3adbe9aed4e3e45f064305513c29--maurice-sendak-book-illustrationsEn la intimidad de su cuarto, Max emprende un viaje hacia una isla poblada por monstruos salvajes, que no son más que los alter ego del propio niño, y aquí es nombrado rey de todos los monstruos. Con sus súbditos Max organiza una juerga salvaje y monstruosa.

Como Sendak sabía bien que hay algunas emociones que no se pueden describir con palabras, llegados a este punto del libro las imágenes se han extendido por todas las páginas. El ritmo entre texto e ilustración refleja el ritmo que define el viaje de lo racional al subconsciente y a la imaginación.

La soledad de la habitación en la que Max debe dejar esfumar su rabieta, se vuelve metafóricamente el espacio íntimo de las emociones que el autor se propone explorar. Algunas pulsiones, como la agresividad y la rebelión hacia los padres, son naturales, pero pueden escapar al control de quien las experimenta. Es necesario que también los niños sean capaces de enfrentarse a sus propios monstruos, para conocerlos y domarlos. Cada tentativo de fuga siempre se concluye con la nostalgia por casa y así Max a un cierto punto desea volver a su querida habitación, donde le espera la cena aún caliente.

 

Ningún beso para mamá

Otro libro que es todo un clásico es Ningún beso para mamá, de Tomi Ungerer, “enfant terrible“ de la literatura infantil. También en este caso el protagonista es un niño – bueno, un gato – rebelde, con problemas en controlar su mal humor y sus enfados.

Pero el origen de la frustración del gatito Toni Zarpas está en su relación con la madre, excesivamente cariñosa y sobreprotectora. Tomi Ungerer habla aquí de un tema poco común en los libros para niños, pero que toca a todas las familias: la difícil comunicación entre padres e hijos, y la necesidad de estos de independizarse.Tomi Ungerer_ningún beso para mamáPor cuanto terrible se nos presente el gato Toni, al final apreciamos su nobleza de ánimo, vemos que se siente realmente arrepentido cuando hace algo mal, simplemente tiene que aprender a lidiar con su carácter arisco y malhumorado. Después de todas sus gamberradas el gato Toni busca la reconciliación, sugiriendo un compromiso con la madre. El autor se focaliza así en la necesidad de que también los padres hagan un pequeño esfuerzo para comprender a sus hijos, escuchando sus exigencias y aceptando que tengan opiniones diferentes. Más en general, la reflexión sobre el ejercicio de la autoridad es una cuestión que aparece a menudo en los libros de Tomi Ungerer, que vivió en su propia piel la ocupación nazi en Alsacia, aunque el autor utiliza siempre una perspectiva de humor e ironía.

 

¡Vaya rabieta!

Nunca es fácil controlar una rabieta y aún más desde niños. Con la edad aprendemos a conocer mejor los movimientos de nuestra vida interior, que con sus altibajos pueden llegar a abrumarnos por completo, pero la verdad es que esta escuela nunca se acaba. Las pulsiones más instintivas de nuestra psique siempre son difíciles de comprender y de gestionar. Mireille D’Allancé consigue en su libro encontrar un lenguaje visual para representar la aventura emotiva de un niño frente a la gestión de su propia ira. Ya antes de empezar a leer la historia el lector entiende que algo raro va a pasar, en la portadilla vemos una caja azul de la que sale una amenazante garra roja. De un rojo encendido son también las guardas del libro.

El color se vuelve así elemento de comunicación más directo, ya que es común la expresión “ponerse rojos de rabia”. Y esto es justo lo que le pasa al protagonista de esta historia, Roberto, que vuelve a casa enfadado porque ha tenido un día muy malo. Las cosas no pueden que empeorar, cualquier solicitud por parte del padre (que ignora por completo el estado de ánimo del niño) se transforma en un ataque personal. Entonces Roberto se rebela y acaba castigado en su habitación (otra vez la importancia de un espacio privado como en Sendak). Y aquí pasa algo, a Roberto le sube a las mejillas un color rojo que se extiende por toda la cara, hasta que esa mancha sale de su boca y se materializa en un enorme y peludo monstruo del mismo color.

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Roberto se queda sin palabras y esa “cosa” monstruosa empieza a jugar a su manera, tira todo por el aire, deshace la cama, lanza los juguetes. Es un terrible huracán que se desata en la habitación del niño. Hasta que la víctima de tanta ira es un pequeño camión, el favorito de Roberto. En este momento el protagonista sale de su estado casi de trance y se da cuenta de lo ocurrido, vuelve a tomar el control, se enfada con el monstruo y empieza a recoger todo lo que se ha dejado por el suelo. Al final el enorme monstruo se ha hecho más pequeño, Roberto lo coge y lo guarda en una cajita azul (la que vemos en la portadilla).  La importancia de un espacio íntimo en el que desahogarse, de aceptar y así aprender a reconocer las emociones, son los temas que emergen de este simpático libro, en el que la autora subraya también la capacidad del niño de llegar a la solución – en este caso el autocontrol – experimentando por sí solo.

 

 

19 junio, 2018

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